Si, ya era primavera. Eran las 20:45 y todavía podían verse los rayos de sol a la altura más baja de los edificios.
Prefería los atardeceres. La luz todavía invadía su habitación, pero sin cegarla a través de las rendijas de su ventana. Estaba enredada entre la humedad de sus sabanas y el recuerdo de la última noche. Le gustaba dibujar en el aire los rostros de sus próximos amantes. La imaginación era su exceso y carecía de capacidad para resolver sus propios problemas.
La felicidad empezaba a cansarle. Era una rutina que no comprendía, cientos de sensaciones positivas, compañía constante y buenas noticias. Sabía perfectamente que pronto se convertirían en nada, simplemente eso, nada… Ni bueno ni malo, ni positivo ni negativo, simplemente nada.
Porque cualquier sensación es necesaria. Lo malo, lo insoportable era aquel vacio, aquella sensación de falta, aquella levedad, como diría Milán Kundera.
¿Insatisfacción crónica? Todos sus días eran domingo, sí, pero eran domingos sin sol...