domingo, 17 de abril de 2011

Caímos

Estábamos inmersos en todo lo que una persona puede desear sumergirse. Como peces en el agua recorríamos centímetros de sabanas y de piel a cuarenta centímetros del suelo, aunque a veces lo hacíamos al ras. Y no solo jugábamos a ser felices, porque eso es lo más cercano que una persona puede estar de ser feliz, también fingíamos no serlo para poder sobrellevarlo. Entonces caímos. Caímos en mediocridades de tener que dar explicaciones, o peor aun, de querer exigirlas. De pensar que existen los celos sanos o que poseernos tenía algo de romántico. Caímos en la mariconada de tener la necesidad de tenernos en vez de saber con certeza que jamás nos perderíamos. Y entonces empezamos a subir y conseguimos sacar la cabeza y dar esa bocanada de aire tan necesaria, tan placenteramente efímera. Perdimos la capacidad de aguantar la respiración y vivir sumergidos en el perfecto infierno de la ausencia de aire que provoca la ilusión de cualquier comienzo. ¿Caímos? Si, pero en la dirección equivocada.