No consigue recordar cuando pasó de sentirse enamorada a saber que lo estaba simplemente. Solo lo recuerda aquellas tardes en que convierten las horas en minutos y su cama en la orilla del mar. Esas en que juegan a ser ciegos y las yemas de sus dedos se transforman en mecanógrafos de pieles. Aquellas tardes que vuelve a sentirlo tan fuerte que todo el peso del tiempo que llevan juntos se convierte en levedad.
Se sumergen hasta el fondo con la certeza de que cada vez aguantaran menos, pero ahí estarán mientras queden sietes.
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