
Sentía que había llegado tarde a todos los sitios, que lo vivido venia con retrasos dignos de cualquier compañía aérea, que el destino le debía algo de tiempo. Entonces comprendió que no quedaban Romeos, ni promesas de amores eternos, y se pasó toda la vida de Paris en Paris.
Empezó a fijarse en los detalles y acumular cientos de experiencias; porque, por cada tren que perdía, cogía un taxi, una bicicleta o echaba a correr. Empezó a dejarse amar y coleccionó mas hechos que palabras. Aprendió que ella no era ninguna Julieta y que no quería ningun "para siempre". Quería fechas de caducidad, finales de parada y descarrilamientos imprevistos. Quería descubrir por ella misma, que la realidad más bella es la subjetiva y la belleza más objetiva es esa realidad.
Y al final se dio cuenta de que era feliz en su mayor desgracia.
